
El Perú vive un momento dual en el mundo olivícola: cifras que asombran y fragilidades que inquietan. En el 2025, las exportaciones de aceituna de mesa registraron picos mensuales significativos. Por ejemplo, en junio, alcanzaron las 5999 toneladas, un salto del 155 % frente a junio del 2024, lo que refleja una demanda creciente en mercados claves como EE. UU. y Brasil.
Al mismo tiempo, la producción de aceite de oliva viene de años marcados por fuertes oscilaciones climáticas. Tras la drástica caída en el 2024, cuando algunos reportes locales indicaron un descenso severo en la molienda por eventos climáticos, las proyecciones para la campaña 2024/25 apuntan a una recuperación. Se estima que las exportaciones de aceite podrían situarse en torno a 8500 toneladas y un valor cercano a USD 55 millones si la segunda mitad del año confirma la recolección esperada. Aunque estas cifras evidencian una recuperación, también nos recuerdan la fragilidad del sistema productivo peruano ante choques climáticos.
El sector olivícola peruano opera en un entorno BANI, por sus siglas en inglés: frágil (dependiente del clima y la logística), ansioso (pequeños productores con precios y contratos inciertos), no lineal (pequeñas inversiones tecnológicas pueden disparar resultados o, en sentido contrario, decisiones erráticas pueden provocar pérdidas) e incomprensible (datos dispersos y sin análisis útil). El dato agregado ayuda a entender la escala. En el 2024, la oferta de aceitunas, aceite y condimentos del sur sumó alrededor de USD 216 millones en exportaciones. Aunque es una señal de un potencial comercial, de cara al futuro, ese valor solo será sostenible si se atenúan las vulnerabilidades.
Las zonas productoras son parte de la solución y del problema. El sur concentra gran parte del cultivo y la agroindustria: Tacna tiene proyectos activos para fortalecer a más de 2600 productores, mediante inversiones y asistencia técnica. Ica y Arequipa aportan superficies significativas y procesos industriales que sostienen la capacidad exportadora. Sin embargo, estos tres departamentos muestran brechas en infraestructura de riego, acceso a financiamiento y capacidades digitales en el nivel de pequeños agricultores.
Primero, es necesario gestionar la ansiedad. No basta con enviar tractores o sensores, los procesos de transformación requieren acompañamiento emocional y formativo para que los productores acepten modelos contractuales más justos y adopten tecnologías. En segundo lugar, se requiere convertir los datos en decisiones. Los países y las empresas que hoy triunfan en la olivicultura no solo producen, sino también monitorean el clima, la floración, las plagas, la trazabilidad y los precios en tiempo real para ajustar sus cosechas y logística.
El tercer paso es fomentar la experimentación controlada, es decir, comprobar si los pilotos de agricultura de precisión, la trazabilidad blockchain y los procesos de calidad escalables demuestran el impacto esperado. Por último, hay que descentralizar las decisiones para empoderar a los equipos en el campo y acortar los tiempos de reacción frente a eventos climáticos o logísticos. Estas líneas de acción ya son recomendadas por organismos internacionales que siguen el mercado global del aceite y las aceitunas.
Las oportunidades comerciales también son claras: el mercado mundial registra movimientos en precios y volúmenes que abren ventanas la reapertura de compras por parte de EE. UU. y Brasil. Asimismo, la demanda por productos sostenibles y con trazabilidad favorece a quienes certifiquen calidad y practiquen la responsabilidad social. No obstante, la valorización del producto exige inversión inicial y gobernanza interna para que el pequeño productor no quede fuera del beneficio.
El milagro exportador no basta si se apoya en cimientos frágiles. El salto cualitativo que necesita el Perú pasa por adoptar un liderazgo que combine visión estratégica, inversión en análisis de datos y programas formativos integrales (técnicos y emocionales). Si ello ocurre, la industria olivícola no solo absorberá la demanda externa, sino también podrá fijar precios por calidad, escalar procesos sustentables y construir una ventaja competitiva duradera en un mundo BANI. De lo contrario, cada choque climático o logístico inundará la cadena y revertirá las ganancias.
Es necesario apostar por un liderazgo y el tiempo para actuar es ahora. ¿Qué acciones ha tomado tu empresa para adaptarse a este entorno? Cuéntanos tu experiencia.
Referencias
El salto cualitativo que necesita el sector olivícola peruano pasa por adoptar un liderazgo que combine visión estratégica, inversión en análisis de datos y programas formativos integrales (técnicos y emocionales).
Elmer Marca Ocaña
Ingeniero en industrias alimentarias de la Universidad Nacional Jorge Basadre Grohmann, con especialización en gestión de agronegocios y curso superior de especialización elaiotecnia y aceituna de mesa en España, con 18 años de experiencia en puestos de jefatura en importantes plantas agroindustriales del sector olivícola de la región sur del Perú, liderando mejoras en procesos y calidad. Actualmente se encuentra trabajando de forma independiente en proyectos orientados a la producción e innovación.