
Una de las mayores preocupaciones que asaltan a los empresarios, antes de empezar un negocio, es saber si el proyecto generará suficientes ganancias y cuánto tiempo pasará para que ello ocurra. Asumiendo, claro, que suceda, pues toda inversión conlleva siempre una cuota de riesgo.
No obstante, aunque el factor de imprevisibilidad puede estar siempre al acecho, existen puntos claves que los empresarios deben tomar en cuenta antes de depositar su confianza y sus ahorros en un proyecto. Uno de estos aspectos es la relación entre la rentabilidad y el riesgo.
La rentabilidad consiste en la capacidad de un activo de generar beneficios en relación a una inversión hecha o a un esfuerzo realizado. Es un concepto importante para medir el rendimiento de un producto determinado o de un negocio. Al realizarse una inversión es inevitable que exista cierta incertidumbre sobre si las cifras de rentabilidad serán las esperadas. A esto se le conoce como riesgo.
Ninguna inversión se encuentra exenta de riesgo. Sin embargo, el nivel de incertidumbre puede variar de acuerdo al proyecto. Existen muchos factores que pueden intervenir para determinar el riesgo de determinada operación. Estos pueden estar relacionados al contexto socio-económico de un país, crisis a nivel mundial, crisis dentro de la empresa, etc.
El riesgo y la rentabilidad pueden ser medidos de manera directamente proporcional. Es decir, mientras mayor sea la rentabilidad esperada, mayores serán también los riesgos asumidos. Por ello, es importante que, ante un riesgo de inversión grande, los beneficios potenciales sean lo suficientemente altos como para que el proyecto resulte atractivo. Del mismo modo, mientras mayores sean las expectativas de rentabilidad, es común que la cuota de riesgo se incremente. No obstante, a pesar de esta estrecha relación, cabe mencionar que, en ningún momento, asumir mayores riesgos garantiza obtener un mejor rendimiento.
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